Mi nombre es Luna Pipió. Resido en la costera ciudad de Huelva, en el Sur de España. Actualmente, tengo 31 años recién cumplidos, pero desde que tengo uso de razón, siempre me ha llamado la atención el mundo de la escritura. Pertenezco a la asociación de poetas Nuevo Horizonte y he participado en varios de sus actos.

A la edad de cinco años, escribí mi primer cuento infantil llamado Las aventuras del señor Pimiento, que no dejó indiferente a ninguno de los niños de mi clase e incluso a las profesoras. 

Siempre me he considerado una persona reservada con mis emociones, sentimental, introvertida; de vívida imaginación y espíritu curioso e inquieto; y a la que muy a menudo le costaba encajar y sentirse comprendida en el entorno que la rodeaba. Sensaciones que me permitieron descubrir, de forma temprana, el profundo y sorprendente mundo literario que estaba emergiendo dentro de mí. 

Con diez años, escribí mi primera novela juvenil, para mi entorno más cercano, que trataba sobre fantásticas e intrépidas aventuras piratas. Continué publicando relatos ficticios en revistas escolares y digitales, artículos de opinión en periódicos locales. También he ganado algunos certámenes como el concurso “Modelo de Parlamento Europeo” (2008) o El Pincel del Bambú (2015). He sido co-autora en Lazos Unidos (Editorial Niebla, 2016) y Ellas (Diversidad literaria, 2020).

Actualmente, utilizo las redes sociales para manifestar mis inquietudes literarias: “Las Sombras de Luna”, en Facebook, y “Luna PA”, en Instagram. Actualmente, intento compaginar mi trabajo de profesora y mis estudios superiores con la elaboración de una novela propia que espero poder concluir y publicar algún día; además de mi incansable actividad literaria por las redes sociales. 

Mi nombre es Rafael Ochoa Manzanedo. Nací en Nava de Campana, una pequeña pedanía perteneciente a la ciudad de Hellín (Albacete). Tengo 30 años y, desde bien pequeñito, siempre me ha interesado el mundo de la lectura. Especialmente, lo relacionado con escribir relatos, historias… Cuento con una gran imaginación, y eso siempre me ha facilitado la tarea.

Me considero una persona muy pasional. Me emociono con las pequeñas cosas que da

la vida y aprovecho cada momento de inspiración para hacer lo que más me gusta que es

escribir. Aprovecho todas las tardes para salir a contemplar la naturaleza y en ella encuentro todo lo que necesito para que las ideas empiecen a tomar voz en mi cabeza. Disfruto haciendo trabajar a mi cerebro. Aunque a veces sea al corazón a quien seguimos para contar historias, finalmente es el cerebro el órgano que las desarrolla. ¿Habéis leído el libro Palmeras en la nieve? Me enseñó que hay que ejercitar ese órgano para no acabar vacío.

En lo sentimental, me considero un romántico empedernido. Me emociona mucho

leer a los grandes del romanticismo como Bécquer; quien, por cierto, es uno de mis autores favoritos. Me fascinan sus versos. Sin embargo, también me encanta escribir relatos e historias de suspense, terror y policíacas. He escrito y publicado un libro titulado El Orfanato. La verdad es que quedé muy contento con él. 

Me voy despidiendo, pero no sin antes animar a todo aquel que se haya pasado por esta breve biografía a continuar leyéndome, pero esta vez en mis historias y relatos. En los tiempos en que estamos seguro que, además, os ayudan a evadiros un poquito de la crueldad y de las injusticias; y os invitan a soñar con esos nuevos mundos fantásticos.

Mi nombre es Alejandra Lobato y nací en 1984 en La Bañeza, una pequeña ciudad ubicada en la provincia de León. 

Gran amante de la lectura desde muy pequeña, crecí entre los libros de la mítica colección El Barco de Vapor y las maravillosas tiras de Mafalda, entre otros. Soy una apasionada de la novela negra, aunque también me encantan la literatura romántica y la poesía. 

Cuando tenía 8 años, les pedí a mis padres que me apuntasen a clases extraescolares de mecanografía, ya que quería ser una gran escritora como la protagonista de la conocida serie de la época “Se ha escrito un crimen”. Así fue como me regalaron mi primera máquina de escribir “Olivetti”, que todavía conservo con muchísimo cariño.

En mi opinión, la escritura es algo completamente mágico y gratificante, ya que me da la posibilidad de adentrarme en diferentes ciudades, países e incluso mundos ficticios; construir infinidad de personajes y hacer que interactúen a través de diversas situaciones y aventuras, sin límite para la imaginación. En conclusión, me permite volver a ser una niña... O nunca dejar de serlo. 

Nació en Nicaragua, vivió desde los siete hasta los veintiocho años en Honduras, y, desde el 2008, reside en Navarra. Es guionista y realizador de diversos proyectos audiovisuales, habiéndose centrado mayoritariamente en el género del terror, fusionado muchas veces con el humor y el cine social. Sus trabajos han sido seleccionados en diversos festivales a nivel internacional, incluso posee una Mención del jurado en el Navarra horror on-line art (2018) y un premio en el Nontzefilmak (2012), entre otros. En abril de 2020, Diario Sur publicó dos microrrelatos suyos: Fin de cuarentena y Baño. El 26 de noviembre de 2021, publicó su libro, infantil-juvenil, Basajaun eta munduko beste lagun iletsu batzuk (Basajaun y otros amigos peludos del mundo), con la editorial DENONARTEAN. Este año publicará, Descubrimos que no estábamos tan solos, con la editorial hondureña Mimalapalabra. 

Nací en Madrid en 1976, el año de Taxi Driver. Desde pequeño, me han apasionado el cine y la literatura, y empecé a escribir desde muy temprano. Al principio, relatos; después, dramaturgias; y, a medida que entró la adolescencia, fui entregándome a la poesía. Estudié, sin embargo, para ser actor de teatro, llevado un poco por la tradición familiar. Aunque como espectador, siempre he preferido la gran pantalla. 

Al final, acabé huyendo de los egos extraños de las bambalinas y me quedé como observador del mundo. Viendo lo que sucedía alrededor, y pasándolo por el filtro de la visión poética. Esta manera de comprender la vida quizá fue la decisión más importante: a partir de ese momento, las horas pasaban diferentes y las relaciones ya no eran iguales y el dolor no se parecía a nada y el amor se volvía sublime. Desde entonces, he sobrevivido como buen poeta, y me he convertido en un viejo prematuro con síndrome de Peter Pan. 

Un día conocí el Poetry Slam, una suerte de concurso en que se valoraba tanto el poema como la interpretación del mismo, y encontré un hueco en el que poder gritar todo lo que había estado escondido bajo las tapas de plomo de un libro con demasiado polvo. Encontré amigos admirables con muchas cosas que contar que tampoco solían compartir; primero un año en Murcia y, luego, dos temporadas en Alicante. 

Ahora, sigo escribiendo y cada vez amo y defiendo más la poesía. Mi último hijo, Un mundo de días felices, va creciendo orgulloso, y ya viene de camino el siguiente. Sigo creyendo profundamente en la ternura y en la verdad; sigo entregándome cada día a la belleza; sigo apostando por la libertad, aunque mis ideales me lleven pobre y solo a la tumba. Sigo siendo feliz con esta realidad de locos que es ser poeta. 

Mi nombre es Carmen Salvà. Nací y resido en Mataró, una ciudad cercana a Barcelona.

Mi carrera profesional se ha dirigido al campo de la gestión administrativa y en especial, al Comercio Internacional. Un campo que me ofreció la oportunidad de viajar y desarrollar habilidades comunicativas. Actualmente, formo parte de la gestión administrativa en el ámbito docente y académico; ofreciendo, con satisfacción, ayuda e información a alumnos y profesores, combinado con un proyecto emprendedor y colaborativo.

Me considero una persona inquieta, alegre y vital. Me encanta la literatura, viajar y descubrir otros países, otras culturas y sus gentes, observar la vida y sentirla en su esencia.

La pasión por la lectura viene ya desde mi infancia. La lectura me proporcionaba un enorme abanico de posibilidades de conocimiento, de exploración; sumergiéndome en el mundo de los sentimientos, de las sensaciones, de la vida.

Mi inquietud siempre ha sido la búsqueda de mí misma, del sentido de la vida. La búsqueda de la libertad. 

En esa búsqueda, encontré hace unos años, el hilo conductor de expresión a través de la escritura. Lo provocaron cambios importantes en mi vida y, animada por amigos, inicié ese camino en el que, poco a poco, he ido encontrando una forma mágica de plasmar el sentir del ser. Esa búsqueda del encuentro con la vida y con la libertad.

Mi historia comienza en un frío diciembre de 1973, cuando a base de tirar por una parte y empujar por la otra vine yo: Francisco (aunque hoy muchos me llaman Xisco), un muchachote de casi 6 kilos al que no le quedó otra que adaptarse a ese incierto y misterioso nuevo mundo que se le presentaba ante sí.

Años más tarde, comprendí que no era fácil sobrevivir en ese hábitat. Confusión, decisiones difíciles y hormonas inquietas hicieron que dejase los estudios y me pusiese a trabajar dejándome llevar por cantos de sirena en forma de pesetas que durante años taparon mi infelicidad y frustración. 

Y así el tiempo transcurrió, resignado ante un presente monótono y un futuro inequívocamente insulso. Hasta que, un día, llegó a mi vida alguien que me hizo reencontrarme con mi auténtico yo y descubrir, como se descubre una vieja pintura olvidada bajo una sábana polvorienta, mi verdadera esencia y mi principal objetivo en la vida… contar historias.

A partir de entonces, me apunté a todo lo que tuviese que ver con lo artístico y lo creativo. Así que, hice cursos de diseño gráfico, fotografía, vídeo, ilustración, diseño de videojuegos, una especie de grado medio de Imagen y Sonido, donde empecé a escribir y a usar los medios audiovisuales como principal medio para comunicarme con el mundo; y, lo que es más importante, decidí dar total libertad a mi curiosidad para aprender cualquier técnica, disciplina y arte. Todo con el fin de empujar hasta expulsar, como mi madre cuando me parió, toda esa imaginación y creatividad que me hace sentir realizado y, sobre todo, feliz.

José Juan López Esteban tiene 48 años, y siempre se ha sentido atraído por la escritura, por transmitir a través de la palabra. Posiblemente por ello hoy es abogado, y consideró también en su día ser periodista. 

Durante su adolescencia fue premiado con algún que otro galardón en certámenes de narración corta. Y, en cuanto tenía ocasión, remitía artículos a los diarios, algunos de los cuales le fueron publicados. Un hecho que le provocaba una sensación de plenitud difícil de explicar. 

Ahora, tras muchos años en los que esa inquietud ha permanecido oculta tras una toga, emerge de nuevo con fuerza. Quizá porque nunca se fue del todo.